martes, 20 de febrero de 2018

Cuando Carlos Acosta nos dio su corazón


Hace siete años que este célebre bailarín cumplió su sueño de bailar para los cubanos de tierra adentro. Como regresa a Camagüey ya con una compañía, la Acosta Danza, rescato lo que publiqué en el semanario Adelante, el 27 de noviembre del 2010, como un ejercicio de entrevista a partir de los únicos cinco minutos que dieron a colegas de la prensa para intercambiar con él. Espero que la disfruten y no dejen de verlo mañana en el Teatro Principal, donde Carlos Acosta volverá a bailar.

Mi corazón entero para todos ustedes”

Caballero, me van a matar del corazón”, así empezó a despedirse Carlos Acosta del “Principal”. Le habían entregado las distinciones y quiso reponer con las palabras aquella suite muy suya de amistad, amor, de cubanía, para el pueblo camagüeyano: “Mi corazón entero para todos ustedes”. Después cerraron el telón, pero nosotros, los intrusos, lo buscamos para que contara más de este teatro y él, de la gira y su danza para Cuba.

En el ´89 tenía quince años, vine al festival de danza de Camagüey y obtuve el grand prix en el concurso. Esa fue la única vez que vine y bailé en este mismo teatro”.
Parece rápido el encuentro pero no, debimos aguardar los 45 minutos de masaje, inviolables y benditos para cuidar a este hombre que ha bailado tanto como ángel.

El auditorio, fabuloso, altamente educado. Se ve que hay mucha tradición de ballet en esta provincia. Eso siempre es bueno para nosotros los artistas. El público estaba muy atento, observando los diálogos, todas las transiciones. Es una señal de gran cultura”.
Baby, colega de Radio Progreso, rompió ese hielo que nos hizo conformar in situ el cuestionario. Luego Silva, de la AIN, salió con una de sus olímpicas preguntas.

¿Qué significado tiene para usted haber bailado en Camagüey, donde ya en 1937 había una academia de ballet?

Para todos los cubanos es un gran reto. Me acuerdo cuando apenas era un estudiante, el Ballet de Camagüey iba a La Habana regularmente a hacer sus estaciones. Siempre sentí mucha admiración por los bailarines de esta compañía. También estaba la mano firme de Fernando Alonso y sus figuras titulares. Entre ellas se encontraban Barbarita (García), Pedro Martín, Víctor Carnesolta, Guillermo Leyva, en fin. Nos situábamos en la clase y tratábamos de aprender de todas esas grandes personas.

Siempre es muy bueno presentarse en un escenario donde haya mucha tradición balletística, como lo es Camagüey”.
Mientras seguía el hilo de su declaración, recordaba el programa completo de la noche, que dejó eclipsados a todos. Ante nosotros estaba aquella figura de la Suite of Dances donde parece que levita, de verdad levita. Con esa imagen en la mente, curioseé:

¿La música del cello lo estimula especialmente?

A mí me encanta la música del cello, sobre todo la sonata de Rachmaninov. Realmente es un dúo, pero no cuento en este momento con Viengsay Valdés, que está con el Ballet Nacional de Cuba en Italia. Como es tan sublime y exquisita esa sonata, pues dije, la hacemos así y la mantenemos en vivo. A la gente le encantó. ¿A quién no le va a gustar lo bello y lo hermoso?

La primera coreografía (Suite of Dances) es una celebración de la danza y la música, estrechamente casadas. Quise darles este regalo porque nunca se ha visto aquí. Siempre me he dado a la tarea de traer coreografías novedosas, que he tenido la suerte de ver en otros escenarios, para compartirlas también con mi público”.
La dramaturgia de la función fue tan sugerente, que todos advirtieron cuando llegaba a su fin. Fue derroche técnico y plenitud expresiva, conexión del alma y el cuerpo. Silva no podía menos que averiguar:

¿Cuáles son las principales satisfacciones de este recorrido hasta ahora?

El amor que me han dado. Es una experiencia para todo el mundo. Para mí lo es definitivamente. Es un reencuentro con mi gente que no ha tenido la posibilidad de verme, solo por la televisión. No es lo mismo verme en vivo. Y es bueno que el mulato todavía puede saltar y bailar como es, y que no sea demasiado tarde para que puedan presenciar mi arte.
Nunca había sentido esa sensación de deslumbramiento total, de no atinar a decir palabra alguna. Carlos Acosta exacerbó el deseo de ver ballet, buen ballet. El arte se lleva dentro, sin alardes, uno lo descubre. En eso de ir a lo profundo, Daymaris, de la emisora provincial, interpeló:

Con tantos escenarios magistrales en los que ha estado, ¿qué se siente al actuar en Cuba?

Lo de uno es lo de uno. Nada es tan sabroso como lo de uno y ese calor que me han dado, todo sabe completamente distinto. Como cubano siento por mi tierra, por el barrio que me vio nacer, por su gente. Nada me da más placer que poder compartir todos esos logros. Desde muy pequeño he estado viajando, cultivándome, la danza me ha llevado hacia otras latitudes. Ahora tengo la posibilidad de escoger lo que quiero hacer, ahora es el momento de bailarle más a Cuba.
Por Carlos Acosta se armó aquí un movimiento popular. El “Principal” desbordó su capacidad; sin embargo, muchos camagüeyanos quedaron con las ganas de sentir, como quien dice, su respiración. Es tan transparente y natural que de habérselo propuesto, hubiera empinado papalote con nosotros en cualquier plaza. Esa modestia lo universaliza y lo eleva aunque, a veces, él también se resista. Por eso dudé en voz alta:

¿Con tanta gloria y tantos éxitos, no sintió miedo o algún temor al asumir la gira?

No, no. Miedo no. Temor, ¿por qué? La gente me lo agradece y las condiciones tal vez no sean las ideales. Para el ballet, como para todas las artes, se requieren condiciones específicas. El teatro quizá no tenga el equipamiento que deba, tenemos que estar inventando por las luces, por el audio, pero eso es entre cubanos, aunque sea como sea, con una vela. El piso... uno no es una máquina. Llego y tengo que bailar, sin tiempo de adaptar mi cuerpo a ese tipo de dependencia. No va a ser lo ideal, las piruetas, pero lo que importa es el espíritu. El espíritu va a estar.
Ya en su rostro se notaba el agotamiento después de una jornada intensa que dejó con sed de verlo más en la escena. Con ese egoísmo sano apenas advertimos su esfuerzo extraordinario. Si no hubiera sido pandillero cuando chico, a lo mejor ahora anduviera con la nariz respingada y ni se le ocurriría esta locura de la gira. Entonces alguien, por todos, consultó por última vez.

Camagüey se ha rendido hoy a sus pies, ¿lo percibió así?

Sí, sí, sí. Fue algo muy bonito. Me hubiera gustado hacer dos funciones más, lamentablemente no tengo tiempo, pero ya volveré, ya volveré.
El dolor le empezaba en el cuerpo. Entre las emociones y el empeño físico, como le sucede a los bailarines cuando termina la función, uno queda devastado, metafóricamente hablando. Él debía ir a comer. Era casi la medianoche. Aquellos pocos minutos, alrededor de diez, mostraron que este cubano tiene siempre su telón abierto. Nos regaló esta pequeña parte de un tiempo valiosísimo, que ahora compartimos con usted, con la invitación a completar esta entrevista a muchas voces, por el tinajón que le debemos a Carlos Acosta.

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