miércoles, 23 de agosto de 2017

Brindo por ti


Todavía no lo creo. Ya se me ha ido un diez. Intenté celebrarlo en grupo, y a la hora de la verdad todo se hizo mentira. Cumplo una década de graduada y heme aquí, armando la fiesta a teclazo limpio. Tengo una razón poderosa: he logrado la coincidencia de lo que me gusta con lo que hago. Puedo tirar la casa por la cuartilla. Nada limita la cifra de mis afectos.
Cuando el lead me resultaba ancho y ajeno, yo era sustancia de una noticia. Con mi grupo se estrenó la carrera de Periodismo en la Universidad Central Martha Abreu de Las Villas, en septiembre del 2002. Sin negar que la calle es aula para el oficio, agradezco mucho la forja de aquellas clases. Desde las prácticas notábamos que no íbamos igual que los de Oriente, al parecer poco daban; ni los de La Habana evidenciaban el rigor de nuestro claustro.
Para seguir por la cuerda de las distinciones, y por eso de “los primeros” y “los únicos de su tipo”, tan recurrente en las notas informativas, remarco mi condición de orgullo: ser La Camagüeyana entre avileños, espirituanos, villaclareños y cienfuegueros. Así quiso servirse gratis la soledad, fundamentalmente a la hora de viajar, pero fue catalizador para no encerrarme en piñas territoriales.
Hoy veo con mayor claridad el aula universitaria como laboratorio de incertidumbres que cuajan, de afirmaciones que se desdibujan. Fuera de los límites del idilio escolar, la realidad sigue trastocando los rumbos. Éramos casi 30 y en la actualidad poco más de 10 vivimos en Cuba (mal) ganándonos la vida de periodistas.

jueves, 17 de agosto de 2017

Yo no “sabo” eso


Le insisto que se dice “no sé”, y en seguida lo repite correcto, pero vive todavía en la etapa también del “me poní”; por eso ante situaciones similares, aunque sea muy certera con la acción, me sigue mal vistiendo el verbo.
Mi niña ya tiene tres años y medio, y la disfruto plena de ocurrencias, a pesar de la crisis de la edad; al parecer la crisis será permanente. Me han confirmado que da a los dos, a los tres, a los cuatro… y a la verdad, lo he “sufrido” en carne propia con mi sobrino Daniel, quien acaba de cumplir los cinco y es el otro niño de la casa. 

Realmente no me alarmo con su manera de nombrar las cosas, debido a los últimos truenos de la Real Academia Española. Entre los 20 vocablos admitidos este año figura “palabro”, para referirse a palabra rara o mal dicha; “toballa”, modismo de toalla o pieza de felpa; “otubre”, válido igual que octubre; y “ño”, diminutivo de señor. ¿Acaso no están como salidos de la boca de un niño?. 
La primera vez que Alma quiso decir zoológico, la lengua se le enredó y le salió “codócolo”. Por esa fecha su animado preferido era el largometraje Albert. Atribuyo dos razones a ese gusto: una, así llaman a su papá varios amigos y parientes; dos, el derrotero del protagonista, un niño que logra ser capitán de globo aerostático.
Ella hace “trampa” cuando quiere algo. Usualmente pasa a la hora del baño, para ganar minutos de chapuzón en la palangana. Entonces sugiere que yo vaya de paseo a la cocina. Cuando tenía a Albert en apogeo pidió se le buscara un “globo aerostático”, y esos términos los dijo clarito clarito.
Ahora le ha dado por hacer de bailarina, con su abuelo de pareja. Los “disfruto” con el estómago hecho escalofríos porque en algún momento caerán “reventaos” en el piso, pero no, no les ha pasado nada. Al final regala un simpático saludo a cambio de los aplausos. Cuando le pregunté dónde lo había aprendido, solícita respondió:
Me salió de la cáscara.
¿Y qué es eso?
La cáscara está en el corazón.
Lleva dos semanas en casa, y su pregunta de desayuno es si todavía está de vacaciones. Ya me ha amenazado con que llorará cuando la lleve para el círculo. Ese rechazo a la rutina preescolar se ha arreciado desde que el primo anda lejos con la madre. Recientemente, acabadita de tomar la leche, me dio tremendo susto:
Ay, tengo un mareo...
¿Te pasó aquí?, le interrogué con los dedos en su frente.
Es que extraño a Dani. Yo quiero ver a Dani todos los días.
Evidentemente hay cosas que no sabe y que tampoco puede entender, hay casos que hasta a los adultos nos cuesta digerir. Todo sería distinto si cuando entre grandes falla el sentido común nos ilumináramos con la sabiduría infantil. Aún sigo absorta con su propuesta del otro día: “Mamá, ¿quieres que te invite a salir de vacaciones?”.