lunes, 30 de enero de 2017

Yiya Matraquilla

Casi nos dio un patatún. La operación debía durar prácticamente nada. Más nos demoraría el trayecto que, por cierto, de la casa hasta allí anduvimos menos de diez minutos, pero habíamos salido con el pie izquierdo porque aquella mañana nos tocó la mala.

Frescas como una lechuga llegamos a la ventanilla de información de la clínica estomatológica Centro, por el papelito para urgencias, como el doctor indicó la semana anterior.

--No hay agua. No estamos prestando servicios. Vaya a Pino Tres a ver…
Aquello nos cayó como una bala. Figúrese, no estábamos por un antojo. Mami tenía dos puntos por retirar de la encía.

Para la “sequía” afirmada, el salón de espera no lucía desierto, y personal de la clínica andaba casi como un día normal. Sin embargo, las dos mujeres siguieron rotundas, con cara de que lo nuestro no era su maletín.

Tal como sugirieron, de República fuimos a dar a Cisneros. Escaleras arriba, donde se localiza la instalación homóloga, un trabajador nos devolvió la sensación de ser ao por regla:

--Aquí llevamos una semana sin agua…

Ningún consejo dio del lugar posible para la contingencia. Entonces nos acordamos del sillón del policlínico José Martí. A unos paso de allí buscamos el Parque Agramonte, por la misma calle que conduce al lugar de las urgencias. La situación parecía no tener acotejo, pero las dos somos un adoquín.

Marcamos detrás de una señora, estábamos a punto de entrar pero la cola crecía delante con embarazadas y bebés. A la primera oportunidad reporté el caso a la doctora. Entonces fue cuando casi nos dio el ataque:

 --Pues eso no fue lo que orientaron hoy. Vaya a la vicedirección, para que resuelva.

Ella argumentó con lógica matemática del material exacto para las gestantes. Entendimos sus razones, mas nuestra comprensión no aliviaba el martirio de ser la última carta de la baraja.

Aciscadas seguimos como agua para chocolate, con más ganas de ir al babalao que al lugar inicial. Ya en la “Centro”, con cordura aunque llevaba adentro un volcán en erupción, me dirigí a la primera bata blanca que vi, con tremenda puntería. Educada, agradable, puso la yagua antes de que cayera la gotera:

--Ay, pero si eso es una sencillez...

Así de simple dijo tras valorar en el terreno. Anotó los datos y sugirió esperar. No estaban prestando el ciento por ciento de los servicios, pero disponían de algo de agua. Imaginamos que la vicedirectora cortara las alas a las (des)informantes, como dice el refrán: por faltarle al nacer dos o tres aguaceros y una mano de abono para cuajar.

Dejé de ver a Mami solo cinco minutos. El berro nos duró el día. La agonía por los dos puntos en la encía punzó más que un clavo en el zapato. Por eso cuando el mal es de entendederas, no se debe llevar tenso al paciente ni al acompañante, quienes pueden acusar de violencia sicológica.

De la aterrillada mañana –por “trámites” perdimos dos horas--, sacamos otra lección. Aunque lo nuestro era de urgente urgencia, en esta vida hay que llamarse Yiya Matraquilla, y hay que ser de yuca y ñame.

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